Cartas desde Isla Esmeralda
"I might have thrown poor words away and been content to live." W.B. Yeats
lunes, 1 de noviembre de 2010
Halloween
viernes, 29 de octubre de 2010
Sinead O'Connor
viernes, 24 de septiembre de 2010
Puff the Magic Dragon
Siempre pensé que esta historia era un cuento catalán porque por tal lo había conocido. Pero hace unos meses, trabajando en la librería vi uno de esos coloridos cuentos para niños con un dragón verde y enorme en la portada llamado Puff. Corrí a cogerlo y cuando lo abrí reconocí la historia al instante. ¡Tonta de mí!, pensé. Las cosas nunca son lo que parecen en este nuestro mundo nunca más. Cualquier idea hay que rastrearla por todo el mundo para encontrar su origen porque tienen tal poder para viajar rápidamente y arraigar en otras tierras que uno nunca se puede fiar.Puff fue creado en Estados Unidos, de allí viajó a Reino Unido, de Reino Unido pasó a Irlanda y de ahí a todas partes hasta llegar a manos de Joan Manuel Serrat, quien adaptó la canción y la tradujo al catalán. Pero lo cierto es que el origen poco importa porque lo que de verdad cuenta es que en todo el mundo hay niños que creen en la magia y que un día les toca crecer y se olvidan de ella. Por eso es una canción de éxito. Y por eso hace llorar a tantos adultos que se acuerdan de cuando aún soñaban.
Lo mejor de esta historia es que siempre hay nuevos niños que creen en dragones, para sacarlos del fondo del mar, del interior de las cuevas o de las profundidades de la tierra para tener aventuras y pintarles una sonrisa.
lunes, 13 de septiembre de 2010
¿El Pop está muerto?
No he sido capaz de escribir nada estas semanas porque las ocupaciones diarias y algún que otro viaje por Irlanda del que ya dejaré su rastro me han tenido muy ocupada. Pero como dice aquel viejo cantar, mejor tarde que nunca.
La historia que os quiero contar hoy no tiene nada que ver con mitos y no se ciñe a Irlanda ni al Norte de Irlanda de una forma exclusiva, aunque, no por ello, deja de tener una influencia brutal en su forma de funcionar y, en cierto modo, en la forma de pensar de sus habitantes.
Anoche pusimos la televisión mientras cenábamos y, como otros 18 millones de espectadores en el Reino Unido e Irlanda, decidimos poner The X Factor. Mis amigas de Irlanda a veces me mandan un mensaje al móvil para recordarme que “The X Factor is on” y que no debo ignorarlo. Yo lo recibo con una sonrisa aunque sin mucho más interés en ser testigo de cómo unos pobres van a cantar enfrente de unos individuos deseosos de criticarlos y utilizarlos como producto comercial, quizá solo durante esos breves minutos de actuación o, si tienen suerte, a lo largo de unos cuantos meses o años hasta que se pasen de moda y queden en la caja del olvido. Pero ayer como excepción la televisión se encendió en ese canal.
Un chico de 16 años, del que por desgracia no recuerdo el nombre, subió al escenario con las piernas temblando y con el sueño de ser una estrella del Pop. Eligió una canción de las que no hace mucho sonaban en la radio y la interpretó mejor de lo que el cantante de turno había hecho en su día. Algunos fallos de coreografía, nada muy importante. Sin embargo, el todopoderoso Simon Cowell – inventor de The X Factor y dueño de Syco – le dio un primer y rotundo NO porque el mercado ya no quería cantantes de ese tipo. El chico se puso a llorar viendo que su sueño se iba por la alcantarilla sin entender muy bien por qué. Después de cantar una segunda canción con un resultado asombroso dada su congoja los jueces del show estuvieron a punto de despedirle con el temido no. La efusividad del público hacia tal injusticia decidió que el joven pasase a la siguiente fase de la cual posiblemente no sobreviva.
Todo esto encaja a la perfección con los preceptos de marketing que estoy estudiando en la actualidad. Todo se resume en encontrar lo que el mercado necesita, desea o demanda y dárselo de una forma más eficaz que tus competidores. Todo está lleno de estrategias comerciales, conceptos económicos y eficacia de productividad. Conceptos que no pretendo derrumbar dada su utilidad en este nuestro mundo.
Pero yo me pregunto… ¿dónde aparece la moralidad de todos estos preceptos? ¿Dónde se considera a las personas como humanos en lugar de cómo consumidores? ¿Los consumidores deciden lo que necesitan, desean o demandan? ¿O alguien les está instalando la idea de lo que quieren comprar? ¿El hombre es dueño de ejercer su libertad después de haber sufrido un lavado de cerebro producido por sutiles publicistas y perspicaces estrategias de marketing? ¿Ya no queremos estrellas de Pop? ¿Tiene importancia la humillación de un chico por elegir un sueño equivocado?
Yo no sé con certeza las respuestas a todas estas preguntas, ni siquiera sin son las preguntas correctas. Pero estoy muy preocupada porque quiero ser libre y que me dejen serlo. Quiero poder elegir a los artístas que me gusten antes de que otros lo decidan por mí. Quiero que el arte no sea sinónimo de "profitable". Pero sobretodo, quiero que los ladrones ávidos de dinero –que me quieren sacar- y de poder –que pretenden arrebatarme- se alejen mucho de mí y de todos a los que quiero.
jueves, 26 de agosto de 2010
Érase una vez un piano
Un día, después de una infinita consecución de días, meses y años, aquella niña que ya no era niña subió al desván, se paró en frente del piano melancólica y acarició las teclas sucias… El piano temblaba de emoción; pensaba que aquella dulce mujer se había acordado por fin de él y que volvería a tocarle aunque fuese sólo un momento. Pero no se oyó una sola nota, porque ninguna tecla fue pulsada. Ella suspiró, dio media vuelta y volvió a salir de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
A la mañana siguiente la puerta del desván volvió a abrirse, pero esta vez la mujer no estaba, venían dos hombres con un mono de trabajo caminando derechos hacia el piano. Cada uno lo cogió de un lado y se dispusieron a bajar las escaleras. El piano pensó que aquel era el fin. Ahora lo harían pedazos, lo llevarían a un vertedero y lo dejarían pudrirse o arder entre un montón de basura. Lo aceptó y decidió dejarse vencer por un sueño profundo que le impidiese advertir su muerte.
Pero algo extraño sucedió, porque aquel pequeño piano no murió. El piano despertó en medio de la noche, en medio de una calle encenagada de agua. Llovía pero no podía sentir la humedad de las gotas de agua porque alguien había colocado un plástico que lo cubría. El piano sintió que ya no había polvo sobre su lomo y el color negro se apreciaba de nuevo. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Qué hacía en la calle? ¿No tenían miedo de que alguien lo robara o lo destruyera impunemente en la noche?
Pero todo se hizo más claro a medida que las horas pasaron. Todo el mundo que caminaba por la calle se quedaba mirando el piano preguntándose si de verdad podrían tocar aquel tesoro que no todos tienen. Estaba allí mismo, abandonado en la calle, pidiéndoles unas cuantas notas y diciéndoles que era suyo. Uno a uno fueron sentándose frente al piano niños que no sabían tocar, otros que sabían un poco, adultos que jamás habían visto un piano de cerca pero que lo intentaban, por jugar, y algunos pianistas fabulosos que sacaban de las entrañas de aquel viejo piano todo lo que ya el tiempo le había hecho borrar de su memoria.
El piano sonrió al final de aquel día y pensó que no había una cosa mejor en el mundo que ser de todos, aunque para ello, tuviese que vivir como un vagabundo en las calles. Desde entonces, todos los dueños de aquel piano se acercan de vez en cuando a revivirle y a llenar las calles de Belfast con música.
martes, 24 de agosto de 2010
Dream Angus

Como buenas hermanas, Escocia e Irlanda han discutido. Los cuentos que se escuchan tienen a menudo más que ver con guerras que con la unión fraterna. Desde los gigantes que construyen un camino de piedra sobre las aguas para poder luchar hasta historias de hombres, esta vez reales, que lucharon por un omnipotente deseo de poder, la lucha se ha hecho palpable. Y aún hoy la discordia se palpa cuando las flautas suenan.
Pero a pesar de las peleas, todavía hay lugares en los que la unión, secreta y casi invisible permanece, perpetua y preciosa.... Y es aquí donde empieza mi historia:
Hubo una vez en un tiempo que por ser tan lejano se ha borrado de la memoria en el que, en las orillas del Boyne River, en un palacio subterráneo, vivió un dios llamado Angus. Angus era el dios de la juventud, de los sueños y del amor. Angus visitaba a los mortales que dormían placidamente en sus camas y les dejaba un sueño. A las mujeres y las niñas solía darles un beso en la mejilla que se convertía en un pájaro invisible que les traía mensajes de amor.
Todavía hoy hay quien dice que Angus viene por la noche, cuando el sueño comienza a vencer nuestros párpados para regalarnos sueños.
El palacio de Angus está en Irlanda, pero como los dioses tienen capacidad de viajar allá donde deseen, le gusta frecuentar a sus vecinos y llevarles palabras de amor y regalarles todas las fantasías oníricas en las que deseen sumergirse. En Escocia lo conocen bien y, por ello, las madres cantan el precioso "lullabay" (cación de cuna) para dormir a sus niños que coloco a continuación. Espero que lo disfrutes y que esta noche, cuando Angus llegue al lado de tu almohada le pidas algo bello con lo que soñar.
DREAM ANGUS
Can ye no hush your weepin'
all the wee lambs are sleepin'
Birdies are nestlin' nestlin' together
Dream Angus is hurtlin' o'er the heather
Dreams to sell, fine dreams to sell
Angus is here wi' dreams to sell
Hush ye my baby and sleep without fear
Dream Angus has brought you a dream my dear.
List' to the curlew cryin'
Faintly the echos dyin'
Even the birdies and the beasties are sleepin'
But my bonny bairn is weepin' weepin'
jueves, 12 de agosto de 2010
Tolymore Forest: el lugar donde las hadas duermen
El paisaje irlandés es parte de su patrimonio inviolable pero, gracias a un título delatador, todos sabéis que no es de praderas de lo que hoy quiero hablar, aunque sí de paisaje: de un lugar recóndito que las guías para turistas se han olvidado de hacer justicia y que guarda un íntimo y antiguo nexo con esa Irlanda salvaje en la que las ilusiones, la magia y los seres fantásticos todavía vibran bajo sus laderas. Y digo laderas porque está a los pies de una montaña, o quizá debiera decir de muchas, The Mourne Mountains, tan aclamadas por flautas, violines y voces quebradas en tabernas abarrotadas de lugareños e impregnadas con un olor inconfundible a madera y cerveza.
Tolymore Forest es el lugar donde las hadas duermen durante el día y cuando el sol se esconde y llega la noche, lejos de la locura de la modernización y el bullicio, salen a jugar protegidas en su refugio de cúpulas inmensas y tierra húmeda. Llenan todo con luces de colores y música nocturna en un bosque en el que la magia y el misterio lamen cada piedra, tronco y camino. Todos aquellos que hace tiempo dejaron de temerle a decir que las hadas no existen –con el peligro inminente de destruirlas a golpe de incredulidad- seguramente les parezca una memez insoportable mi ensoñación fantástica. No os culpo. Formáis parte de la mayoría racional que vive y piensa respecto a las normas de la lógica y el sentido común. A pesar de ello, creo de forma firme que todos, incluso los adultos que ven un sombrero donde un elefante es engullido por una boa, podrían percibir una pizca de ese algo extraño y fascinante que el bosque esconde.
Todo aquel que se adentre en el vientre del bosque a solas y camine por los senderos empinados y laberínticos podrá entender mis palabras. El fingido silencio del monte se rompe por el cantar de los pájaros, el deslizarse de criaturas entre la maleza, el crujido espeluznante de las ramas movidas por el viento y el agua de los breves riachuelos que se funden en la roca. El morbo de lo indómito, de los susurros invisibles y de la soledad del camino desentierra un paraje en el que a una distancia incierta de la seguridad de nuestra tribu urbana todo es posible.
La superstición y las creencias antiguas cobran un sentido olvidado y esa parte ancestral que dormita en nuestros corazones se despierta entre las copas compactas de unos árboles por las que no penetra la luz del sol; por los caminos plagados de zarzas y frutas del bosque; sobre las piedras cubiertas de musgo y sembradas de aquellos tréboles que hicieran famoso a San Patrick y que, como puesto de honor, coronasen los sombreros de esos maliciosos personajes portadores de un caldero repleto de monedas de oro.
No importa si yo, o vosotros lectores, o cualquier persona en nuestro pequeño planeta cree en las hadas. Lo que cuenta es que un pueblo, invadido por la fuerza de una naturaleza radiante y de una imaginación desbordada y deliciosa, construyó cuentos que cautivaron a sus gentes y que aún hoy nos roban parte de nuestra racionalidad moderna. Tolymore Forest es un lugar más de tantos que pienso descubrir en el que las leyendas cobran sentido; un lugar secreto en el que si abrís bien los ojos podréis volver a soñar.
Porque todavía sobrevive un bosque, allá al pie de una montaña, en el que las hadas aún duermen.

