jueves, 26 de agosto de 2010

Érase una vez un piano

Érase una vez un piano que estaba descolorido, mal pintado y roto. Pasaba los días guardado en un desván engordando la capa de polvo que ya cubría aquel negro que una vez luciese en el salón de la casa. El pobre piano lloraba al recordar las manos de aquella pequeña niña que fuese su dueña y que un día cualquiera se cansó de tocar y lo mandó al trastero para ser tragado por el olvido y la suciedad. Ya no habría música nunca más. Y el piano lloraba.

Un día, después de una infinita consecución de días, meses y años, aquella niña que ya no era niña subió al desván, se paró en frente del piano melancólica y acarició las teclas sucias… El piano temblaba de emoción; pensaba que aquella dulce mujer se había acordado por fin de él y que volvería a tocarle aunque fuese sólo un momento. Pero no se oyó una sola nota, porque ninguna tecla fue pulsada. Ella suspiró, dio media vuelta y volvió a salir de la habitación cerrando la puerta tras de sí.

A la mañana siguiente la puerta del desván volvió a abrirse, pero esta vez la mujer no estaba, venían dos hombres con un mono de trabajo caminando derechos hacia el piano. Cada uno lo cogió de un lado y se dispusieron a bajar las escaleras. El piano pensó que aquel era el fin. Ahora lo harían pedazos, lo llevarían a un vertedero y lo dejarían pudrirse o arder entre un montón de basura. Lo aceptó y decidió dejarse vencer por un sueño profundo que le impidiese advertir su muerte.

Pero algo extraño sucedió, porque aquel pequeño piano no murió. El piano despertó en medio de la noche, en medio de una calle encenagada de agua. Llovía pero no podía sentir la humedad de las gotas de agua porque alguien había colocado un plástico que lo cubría. El piano sintió que ya no había polvo sobre su lomo y el color negro se apreciaba de nuevo. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Qué hacía en la calle? ¿No tenían miedo de que alguien lo robara o lo destruyera impunemente en la noche?

Belfast amaneció con un sol radiante aquella mañana y el olor fresco de la lluvia en las calles. Alguien vino y apartó el plástico que cubría al piano. Fue en aquel momento cuando el viejo piano vio que alguien había escrito en los laterales: Play me, I’m yours. El piano no comprendió muy bien qué era todo aquello y pensó que no tenía nada claro quién sería su dueño ahora que parecía abandonado en una calle cualquiera del centro de la ciudad.

Pero todo se hizo más claro a medida que las horas pasaron. Todo el mundo que caminaba por la calle se quedaba mirando el piano preguntándose si de verdad podrían tocar aquel tesoro que no todos tienen. Estaba allí mismo, abandonado en la calle, pidiéndoles unas cuantas notas y diciéndoles que era suyo. Uno a uno fueron sentándose frente al piano niños que no sabían tocar, otros que sabían un poco, adultos que jamás habían visto un piano de cerca pero que lo intentaban, por jugar, y algunos pianistas fabulosos que sacaban de las entrañas de aquel viejo piano todo lo que ya el tiempo le había hecho borrar de su memoria.

El piano sonrió al final de aquel día y pensó que no había una cosa mejor en el mundo que ser de todos, aunque para ello, tuviese que vivir como un vagabundo en las calles. Desde entonces, todos los dueños de aquel piano se acercan de vez en cuando a revivirle y a llenar las calles de Belfast con música.

No hay comentarios:

Publicar un comentario