jueves, 12 de agosto de 2010

Tolymore Forest: el lugar donde las hadas duermen

Irlanda vive en el imaginario popular como esa inmensidad verde, infinito color esmeralda que se funde con un cielo idealmente azul y moteado con esponjosas nubes de algodón. Los que vivimos en esta tan soñada isla sabemos que el cielo no siempre es azul y que antes de que los colores brillen bajo el sol los campos, las ciudades y los espíritus han sido cubiertos de una lluvia persistente y oscura durante los largos meses de invierno. Por suerte, el verano siempre lava las memorias grises y su imagen es poderosa e imperecedera. En mi recuerdo, como en el del resto de los mortales, cuando cierre los ojos y evoque Irlanda siempre será verano y los suaves rayos de sol iluminarán sus inabarcables praderas verdes.

El paisaje irlandés es parte de su patrimonio inviolable pero, gracias a un título delatador, todos sabéis que no es de praderas de lo que hoy quiero hablar, aunque sí de paisaje: de un lugar recóndito que las guías para turistas se han olvidado de hacer justicia y que guarda un íntimo y antiguo nexo con esa Irlanda salvaje en la que las ilusiones, la magia y los seres fantásticos todavía vibran bajo sus laderas. Y digo laderas porque está a los pies de una montaña, o quizá debiera decir de muchas, The Mourne Mountains, tan aclamadas por flautas, violines y voces quebradas en tabernas abarrotadas de lugareños e impregnadas con un olor inconfundible a madera y cerveza.

Tolymore Forest es el lugar donde las hadas duermen durante el día y cuando el sol se esconde y llega la noche, lejos de la locura de la modernización y el bullicio, salen a jugar protegidas en su refugio de cúpulas inmensas y tierra húmeda. Llenan todo con luces de colores y música nocturna en un bosque en el que la magia y el misterio lamen cada piedra, tronco y camino. Todos aquellos que hace tiempo dejaron de temerle a decir que las hadas no existen –con el peligro inminente de destruirlas a golpe de incredulidad- seguramente les parezca una memez insoportable mi ensoñación fantástica. No os culpo. Formáis parte de la mayoría racional que vive y piensa respecto a las normas de la lógica y el sentido común. A pesar de ello, creo de forma firme que todos, incluso los adultos que ven un sombrero donde un elefante es engullido por una boa, podrían percibir una pizca de ese algo extraño y fascinante que el bosque esconde.

Todo aquel que se adentre en el vientre del bosque a solas y camine por los senderos empinados y laberínticos podrá entender mis palabras. El fingido silencio del monte se rompe por el cantar de los pájaros, el deslizarse de criaturas entre la maleza, el crujido espeluznante de las ramas movidas por el viento y el agua de los breves riachuelos que se funden en la roca. El morbo de lo indómito, de los susurros invisibles y de la soledad del camino desentierra un paraje en el que a una distancia incierta de la seguridad de nuestra tribu urbana todo es posible.

La superstición y las creencias antiguas cobran un sentido olvidado y esa parte ancestral que dormita en nuestros corazones se despierta entre las copas compactas de unos árboles por las que no penetra la luz del sol; por los caminos plagados de zarzas y frutas del bosque; sobre las piedras cubiertas de musgo y sembradas de aquellos tréboles que hicieran famoso a San Patrick y que, como puesto de honor, coronasen los sombreros de esos maliciosos personajes portadores de un caldero repleto de monedas de oro.

No importa si yo, o vosotros lectores, o cualquier persona en nuestro pequeño planeta cree en las hadas. Lo que cuenta es que un pueblo, invadido por la fuerza de una naturaleza radiante y de una imaginación desbordada y deliciosa, construyó cuentos que cautivaron a sus gentes y que aún hoy nos roban parte de nuestra racionalidad moderna. Tolymore Forest es un lugar más de tantos que pienso descubrir en el que las leyendas cobran sentido; un lugar secreto en el que si abrís bien los ojos podréis volver a soñar.

Porque todavía sobrevive un bosque, allá al pie de una montaña, en el que las hadas aún duermen.

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