jueves, 29 de julio de 2010

Tattoo

Siempre me ha impresionado la cantidad de gente en Belfast que parece adicta a los tatuajes. Me pregunto qué tienen de especial para que tantas personas permitan que su piel sea tatuada de por vida con todo lo hermoso y terrible que ello pueda conllevar. Posiblemente tenga algo que ver con la moda, lo cual, no deja de ser un motivo lo suficiente fuerte puesto que, nosotros, los humanos, siempre hemos sido víctimas de nuestro tiempo y de sus gustos.

Pero me niego a pensar que se trata de un asunto de pura estética. La mayoría de las ocasiones los tatuajes tienen algún significado implícito el cual, en el momento que nos sentamos en la silla enfrente de nuestro artista, pensamos será algo que merezca ser recordado por siempre jamás. Apuesto a que muchos se arrepienten y desearían volver atrás en el tiempo y deshacer lo andado. Pero, como todos sabemos, el tiempo, gran traidor, nunca se apiada de los mortales.

Michael, nuestro fiel y afanoso portero, me ha enseñado hoy un tattoo muy especial que, por cierto tengo, jamás se arrepentirá de haberse tatuado más de lo que se entristece del motivo por el que lo hizo. Es curioso lo que la gente con la que te cruzas cada mañana puede guadar. Michael, detrás de ese tatuaje, guarda mucha pena, una pena tan infinita como la tinta que surca su piel.

El tatuaje tiene forma de corazón que yo imagino como el suyo propio, rojo y latiente; justo debajo, aparecen tres nombres. El primer nombre es el de la primera en morir, su mujer. El segundo nombre es el de uno de sus hijos que murió de tres heridas de bala en la cabeza durante el periodo de The Troubles. El tercer nombre es el de otro hijo que, tras sufrir la pérdida de su madre y de su hermano, desquiciado de dolor, se colgó en el garaje con una soga.

Después de leer esta historia, vuestra cara se puede parecer a la que se me ha quedado a mí hace unos minutos en el portal cuando mi portero ha vómitado su relato, y digo "vomitar" porque "contar" sería un verbo demasiado contenido para describir cómo un hombre que ha perdido tanto expresa su dolor a un extraño de una forma tan precipitada y sangrante. Una vez más, me doy cuenta de lo poco que entiendo el pasado de esta tierra a la que tan unido tengo el alma. Lo siento por Michael y por todos aquellos que después de la guerra, de aquí, de allí y de todas partes, siguen teniendo pesadillas.

Pero no quiero terminar la historia sin un pequeño giro a la historia que, aunque no elimine el pesar, sí abra una brecha de esperanza en este nuestro mundo. Antes de marcharse a su sesión semanal en el psiquiatra, Michael se ha dado la vuelta y me ha dicho con una media sonrisa: ellos se han marchado, pero esta tarde voy al hospital para ver a mi hija y a mi nuevo nieto, ¡me han hecho abuelo otra vez!

La nueva vida, libre de rencor y de memorias negras, surge ahora y siempre detrás de una tormenta. Tenemos en nuestras manos la responsabilidad de sembrar el pecho de los que vengan con bondad y amor, para que los repartan por el mundo y sea cada vez un poco más hermoso; con menos lágrimas y más sonrisas; con menos guerras y más fiestas que celebren que estamos vivos.

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